Deconstruyendo el argumento deísta. ¿Por qué existe algo en lugar de nada?

 

En estos dias llegó a mis manos el libro «Dios no existe. Lecturas esenciales para el no creyente», una antología de textos «escogidos y presentados» por Christopher Hitchens. Ordenada cronológicamente, la selección constituye  una especie de introducción al «pensamiento ateo universal», desde Lucrecio hasta Ayaan Hirsi Ali, pasando por Hobbes, Spinoza, Hume, Marx, Darwin, Freud, Einstein, B. Russell, C. Sagan, Dawkins y muchos otros. Los textos presentan argumentos científicos, estéticos y morales; algunos están cargados de poesía y humor, otros son violéntamente lógicos, todos son imprescindibles a la hora de pensar el ateísmo.

Quiero rescatar dos, uno científico y el otro filosófico, pues presentan elaboradas respuestas a dos argumentos recurrentes de los creyentes: el deísta («¿Por qué existe algo en lugar de nada?») y el teísta («¿De dónde proviene la moral?»)


DIOS NO EXISTE (*)
Ìndice

PARTE I: Deconstruyendo el argumento deísta. ¿Por qué existe algo en lugar de nada?
PARTE II: Deconstruyendo el argumento teísta. ¿De dónde proviene la moral?


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(*) ver Strenger, Victor «God: the failed hypothesis», en Hitchens, Christopher «Dios no existe». Buenos Aires, 2012. pp.432-452

MILAGROS

Pasemos ahora de la Tierra al cosmos en nuestra búsqueda de pruebas del Dios creador del judaismo, el cristianismo y el islam. Desde una perspectiva científica moderna, ¿cuáles son las consecuencias empíricas y teóricas de la hipótesis de una creación sobrenatural? Necesitamos buscar pruebas de que el universo 1) tuvo un origen, y 2) de que ese origen no pudo producirse de modo natural. Cualquier indicio de creación sobrenatural sería una confirmación empírica directa de que fue necesario un milagro para dar existencia al universo. Es decir, que o bien los datos cosmológicos deberían suministrar pruebas de uno o varios incumplimientos de leyes firmes de la naturaleza, o bien los modelos elaborados para la descripción de esos datos deberían requerir algún ingrediente causal que no se pueda entender (ni sea comprensible, probablemente) en términos puramente materiales o naturales.

Como señaló hace siglos el filósofo David Hume, el propio concepto de milagro entraña muchos problemas. Se pueden identificar tres tipos posibles de milagros: 1) incumplimientos de leyes establecidas de la naturaleza, 2) acontecimientos inexplicables, y 3) coincidencias muy improbables. Los dos últimos se pueden subsumir en el primero, ya que también implicarían disconformidad con el conocimiento actual.

En los capítulos anteriores he dado ejemplos de observaciones que confirmarían la existencia de los poderes sobrenaturales de la mente humana. Sería fácil imaginar fenómenos cósmicos que desafiasen para siempre las expectativas materiales. Supongamos que de pronto apareciese un nuevo planeta en el sistema solar. Esta observación sería contraria a la conservación de la energía, y podría clasificarse razonablemente como un hecho sobrenatural.

Los científicos se esfuerzan al máximo por asignar un mecanismo natural a cualquier hecho inusitado. En cuanto al lego, probablemente esté de acuerdo en que es posible dicho mecanismo, ya que «la ciencia no lo sabe todo».

Sin embargo, la ciencia sabe mucho más de lo que cree la mayoría de la gente. Por mucho que se hable de «revoluciones científicas» y «cambios de paradigma», las leyes básicas de la física siguen siendo esencialmente las mismas que en la época de Newton. Se han ampliado y revisado, por supuesto, sobre todo con las aportaciones del siglo xx sobre la relatividad y la mecánica cuántica, pero cualquier conocedor de la física moderna deberá reconocer que algunas bases, especialmente los grandes principios de conservación de la energía y el momento, no han cambiado en cuatrocientos años.1 Los principios de conservación y las leyes del movimiento de Newton siguen presentes en la relatividad y la mecánica cuántica. La ley de la gravedad de Newton todavía se usa para calcular las órbitas de las naves espaciales.

La conservación de la energía, y otras leyes básicas, rigen hasta en las más remotas galaxias que se han observado, así como en el fondo cósmico de microondas, de lo cual parece deducirse que han sido válidas durante más de treinta mil millones de años. No cabe duda de que sería razonable calificar de milagro cualquier observación de su incumplimiento durante el insignificante período de existencia del ser humano.

El teólogo Richard Swinburne propone definir los milagros como excepciones no repetibles a una ley de la naturaleza.2 Por supuesto que siempre podemos redefinir la ley para que abarque la excepción, pero sería un poco arbitrario. Se supone que las leyes describen hechos repetíbles. Por lo tanto, buscaremos pruebas de incumplimientos de leyes más que demostradas que no se repitan en ninguna pauta reglada.

Si Dios existe, seguro que tiene la capacidad de repetir milagros, si así lo desea. Los hechos repetibles, sin embargo, dan más información, que tarde o temprano puede conducir a una descripción natural, mientras que un hecho misterioso y no repetido lo más probable es que siga siendo un misterio. Concedámosle a la hipótesis de Dios todo el beneficio de la duda, y dejemos abierta la posibilidad de un origen milagroso para hechos inexplicables y coincidencias improbables, examinando uno por uno cualquiera de esos acontecimientos. Si no se observa ninguno, ni siquiera con la definición más holgada de milagro, quedará fuertemente respaldada la hipótesis de que no existe un Dios que provoque hechos milagrosos.

Pasemos a buscar pruebas de una creación milagrosa en nuestras observaciones del cosmos.

CREAR MATERIA

Hasta principios del siglo xx hubo argumentos de peso para sostener que hacían falta uno o más milagros para crear el universo. Actualmente, el universo contiene una gran cantidad de materia que se caracteriza por la cantidad física que definimos como masa. Antes del siglo xx se creía que la materia no podía ser creada ni destruida, sino solo cambiada de un tipo a otro. Por consiguiente, la propia existencia de la materia parecía un milagro, un incumplimiento de lo que se entendía como ley de la conservación de la masa, ocurrido una sola vez: en la creación.

Sin embargo, en su teoría de la relatividad especial publicada en 1905, Albert Einstein demostró que se puede crear materia a partir de energía, y que puede desaparecer en la energía. Lo que todos los divulgadores científicos llaman «la famosa ecuación de Einstein», E = me^2, establece una relación entre la masa m de un cuerpo y una energía en reposo equivalente, E, donde c es una constante universal, la velocidad de la luz en el vacío. Es decir, que un cuerpo en reposo sigue conteniendo energía.

Cuando un cuerpo se mueve, es portador de una energía adicional de movimiento llamada energía cinética. En las interacciones químicas y nucleares, la energía cinética puede convertirse en energía en reposo, lo cual equivale a generar masa.3 También ocurre lo contrario; la masa o la energía en reposo pueden convertirse en energía cinética. De ese modo, las interacciones químicas y nucleares pueden generar energía cinética, la cual puede ser utilizada para alimentar motores o provocar explosiones.

Así pues, la existencia de masa en el universo no contraviene ninguna ley de la naturaleza. La masa puede proceder de la energía. Pero ¿de dónde procede la energía? Según la ley de la conservación de la energía, que también recibe el nombre de primera ley de la termodinámica, la energía tiene que salir de alguna parte. En principio, la hipótesis de la creación podría verse confirmada por la observación directa, o el requisito teórico, de que la conservación de la energía se incumpliese hace 13.700 millones de años, al principio del big bang.

Esto, sin embargo, no lo corroboran ni la observación ni la teoría. La primera ley permite que la energía se transforme de un tipo a otro a condición de que el total de un sistema cerrado se mantenga fijo. Pues bien, por increíble que parezca, todo indica que la energía total del universo es igual a cero. Como dijo el famoso cosmólogo Stephen Hawking en su best seller Brevísima historia del tiempo, «en el caso de un universo que sea aproximadamente uniforme en el espacio, se puede demostrar que la energía gravitacional negativa cancela exactamente la energía positiva representada por la materia. Por lo tanto, la energía total del universo es cero».4 Concretamente, dentro de un pequeño margen de error de medición, la densidad media de energía del universo es exactamente la que debería ser en un universo que apareciese a partir de un estado inicial de energía cero, con una pequeña incertidumbre cuántica.5

El equilibrio casi exacto entre energía positiva y energía negativa está predicho por la ampliación moderna de la teoría del big bang que recibe el nombre de big bang inflacionario, según la cual el universo experimentó un período de inflación rápida y exponencial durante una fracción muy pequeña de su primer segundo.6 Últimamente, la teoría inflacionaria ha sido sometida a una serie de pruebas observacionales muy rigurosas que habrían sido suficientes para refutarla, y de momento las ha superado todas.

En suma, que la existencia de materia y energía en el universo no requería ningún incumplimiento de la conservación de la energía durante la supuesta creación. De hecho, los datos respaldan con fuerza la hipótesis de que no se produjo ningún milagro de esas características. Si consideramos que la hipótesis del creador predice ese milagro, entonces es una predicción no confirmada.

Este ejemplo también sirve para refutar una vez más la afirmación de que la ciencia no tiene nada que decir sobre Dios. Supongamos que nuestra medición de la densidad de masa del universo no hubiera arrojado exactamente el valor necesario para que un universo partiese de un estado de energía cero. Entonces habríamos tenido una razón científica justificada para concluir que fue necesario un milagro, es decir, un incumplimiento de la conservación de la energía, para dar existencia al universo.Tal vez no demostrase concluyentcmente y a satisfacción de todos la existencia de un creador, pero está claro que sería un gran punto a su favor.

CREAR ORDEN

Hay otra predicción de la hipótesis del creador que no confirman los datos. Si el universo hubiera sido creado, debería presentar cierto grado de orden en su creación, el diseño que incorporó en aquel momento el Gran Diseñador. Esta expectativa de orden suele expresarse en términos de la segunda ley de la termodinámica, que establece que la entropía o desorden totales de un sistema cerrado deben mantenerse constantes o aumentar a lo largo del tiempo. Parece lícito deducir que si el universo actual es un sistema cerrado, no podría haberlo sido siempre. En algún momento del pasado tuvo que serle impartido un orden desde fuera.

Antes de 1929, esto constituía un argumento sólido a favor de una creación milagrosa, pero aquel año el astrónomo Edwin Hubble informó de que las galaxias se alejan entre sí a unas velocidades aproximadamente proporcionales a la distancia, señal de que el universo se expande. Fue la primera prueba de la existencia del big bang. Para lo que nos interesa a nosotros, un universo en expansión podría haber partido del caos sin que ello fuera obstáculo para la formación localizada de un orden respetuoso con la segunda ley.

La manera más sencilla de entenderlo es con un ejemplo doméstico, literalmente. Supongamos que cada vez que limpias tu casa, vacías la basura tirándola al patio por la ventana. A la larga se te llenaría el patio de basura, pero hay una manera muy simple de seguir haciéndolo: comprar las fincas adyacentes. Así, siempre tendrás más sitio para tirar la basura. Podrás mantener un orden localizado (dentro de casa) a costa de un aumento del desorden en el resto del universo.

En el cosmos ocurre lo mismo: hay partes que pueden volverse más ordenadas a medida que la basura, o entropía, generada durante el proceso de ordenamiento (considerémosla como un desorden que se erradica del sistema que está siendo ordenado) se arroja al espacio circundante, en constante expansión. Tal como ilustra la figura 4.1, la entropía total del universo aumenta al expandirse el universo, en cumplimiento de la segunda ley.7 Sin embargo, la máxima entropía posible aumenta aún más deprisa, y así queda cada vez más sitio para que se forme el orden. La razón es que la entropía máxima de una esfera de un radio determinado (estamos concibiendo el universo como una esfera) es la de un agujero negro del mismo radio. Como el universo en expansión no es un un agujero negro, tiene menos que esa entropía máxima. Por lo tanto, pese a volverse globalmente más desordenado con el paso del tiempo, nuestro universo en expansión no presenta el máximo desorden posible. Pero lo presentó alguna vez.

Supóngase que extrapolamos la expansión 13.700 millones de años hacia atrás, hasta el primer momento definible, el tiempo de Planck, 6,4 x 10^-44 segundos, cuando el universo se reducía a la región del espacio más pequeña que se puede definir operacionalmente, una esfera de Planck con un radio igual a la longitud de Planck, 1,6 x 10^-35 metros. Tal como establece la segunda ley, en aquel instante el universo tenía menos entropía que ahora. Sin embargo, también era la máxima entropía posible para un objeto tan pequeño, ya que una esfera con las dimensiones de Planck es equivalente a un agujero negro.

Este punto hay que explicarlo un poco más. Parece que yo diga que cuando empezó el universo su entropía era máxima, pero que desde entonces no ha dejado de crecer. Pues sí, es exactamente lo que digo. Cuando empezó el universo, su entropía era la máxima posible en un objeto de aquellas dimensiones, porque el universo era equivalente a un agujero negro del que no se puede sacar ninguna información. Actualmente, la entropía es mayor pero no máxima, es decir, no tan alta como podría ser en un objeto de las dimensiones actuales del universo. El universo ya no es un agujero negro.

También es el momento de responder a una objeción planteada por varios físicos que han oído esta afirmación de mi boca. Tienen razón en señalar que actualmente no disponemos de una teoría de la gravedad cuántica que podamos aplicar a describir la física antes del tiempo de Planck. Yo he adoptado la definición operativa de tiempo por Einstein como lo que se lee en un reloj. Para medir un intervalo de tiempo menor al tiempo de Planck, se tendrían que hacer las mediciones en una región menor que la longitud de Planck, que equivale al tiempo de Planck multiplicado por la velocidad de la luz. Según el principio de incertidumbre de Heisenberg de la mecánica cuántica, una región de esas características sería un agujero negro del que no puede escapar ninguna información. Se infiere que no es posible definir un intervalo de tiempo inferior al tiempo de Planck.8

Centrémonos en el presente. Es obvio que aplicamos sin reparos la física establecida «ahora» y en períodos cortos antes y después, siempre y cuando no intentemos hacerlo con intervalos de tiempo menores al tiempo de Planck. Básicamente, por definición, el tiempo se cuenta como un número entero de unidades en que una unidad equivale al tiempo de Planck. Si es viable tratar el tiempo como una variable continua en nuestra física matemática, como cuando usamos el cálculo, es por lo pequeñas que son las unidades en comparación con cualquier cosa que midamos en la práctica. Fundamentalmente, extrapolamos nuestras ecuaciones por los intervalos de Planck dentro de los cuales el tiempo es inmensurable, y por lo tanto indefinible. Si eso lo podemos hacer «ahora», también podemos hacerlo al final del intervalo de Planck más remoto del que deba partir nuestra descripción del inicio del big bang.

Nuestra extrapolación de tiempos posteriores nos dice que en aquel momento la entropía era máxima; por lo tanto, el desorden era completo, y no podía haber ninguna estructura. Así pues, el universo empezó sin estructuras. El hecho de que ahora tenga una estructura encaja con que la entropía ya no sea máxima.

Resumiendo, que según los datos más fiables de la cosmología, nuestro universo empezó sin estructura ni organización, diseñadas o no. Era un estado de caos. La conclusión, irremediablemente, es que el orden complejo que observamos ahora no puede ser el resultado de ningún diseño inicial incorporado al universo durante la supuesta creación. El universo no guarda constancia de lo que ocurrió antes del big bang. Si existió el Creador, no dejó huellas, o sea, que podría no haber existido.

Una vez más, nos encontramos con un resultado que, de haber sido distinto, podría haber suministrado pruebas científicas sólidas de la existencia de un creador. Si el universo no estuviera en expansión, sino que fuese un firmamento como el que se describe en la Biblia, la segunda ley habría requerido que la entropía del universo fuese inferior al valor máximo permitido en el pasado. Por lo tanto, si el universo tuvo un principio, habría empezado en un estado de gran orden, impuesto desde fuera. Aunque el universo se extendiese hacia el pasado infinito, sería cada vez más ordenado en esa dirección, y la fuente del orden se resistiría a ser descrita de modo natural.

Según algunos teístas, el hecho empírico del big bang demuestra por sí mismo la existencia de un creador. En 1951, el papa Pío XII declaró ante la Academia Pontificia: «La Creación se produjo en el tiempo; por lo tanto, hay un Creador; por lo tanto, Dios existe».9 El cura-astrónomo Georges-Henri Lemaítre, primer defensor de la idea de un big bang, tuvo la prudencia de aconsejarle que no declarase «infalible» este pronunciamiento.

El apologista cristiano William Lañe Craig ha elaborado una sofisticada serie de argumentos que, a su entender, demuestran que el universo tuvo que tener un principio, y que un principio implica un creador personal.10 Uno de esos argumentos se basa en la relatividad general, la teoría moderna de la gravedad publicada por Einstein en 1916, que desde entonces ha superado muchas y rigurosas pruebas empíricas.11

En 1970, el cosmólogo Stephen Hawking y el matemático Roger Penrose, usando un teorema derivado previamente por Penrose, «demostraron» la existencia de una singularidad al principio del big bang.12 Extrapolando la relatividad general al momento cero, el universo va disminuyendo a la vez que aumentan la densidad del universo y el campo gravitacional. Cuando el tamaño del universo se vuelve cero, la densidad y el campo gravitacional se vuelven infinitos, al menos según las matemáticas de la relatividad general. Según Craig, en ese punto tiene que detenerse el tiempo, y en consecuencia no puede existir ningún tiempo anterior.

Posteriormente, sin embargo, la demostración fue rechazada por el propio Hawking, que afirma en su best sella Brevísima historia del tiempo: «La verdad es que al principio del universo no hubo ninguna singularidad».13 Esta conclusión revisada, con la que está de acuerdo Penrose, deriva de la mecánica cuántica, la teoría de los procesos atómicos elaborada durante los años posteriores a la aparición de las teorías de la relatividad de Einstein. La mecánica cuántica, que actualmente también ha sido confirmada con gran precisión, nos dice que la relatividad general, al menos tal como se formula hoy en día, falla en tiempos menores al de Planck y distancias menores a la longitud de Planck, que ya hemos mencionado anteriormente. Se deduce que la relatividad general no puede ser utilizada para argumentar que antes del tiempo de Planck se produjo una singularidad, y que el uso que hace Craig del teorema de la singularidad para un principio del tiempo no es válido.

Craig, y otros teístas, también formulan el siguiente argumento para demostrar que el universo tuvo que empezar en algún punto: si fuera infinitamente antiguo, habría tardado un tiempo infinito en llegar al presente. Sin embargo, como señala el filósofo Keith Parsons, «decir que el universo es infinitamente antiguo equivale a decir que no tuvo principio, no un principio infinitamente remoto».14

El infinito es un concepto matemático abstracto, que formuló con precisión el matemático Georg Cantor a finales del siglo xix. Sin embargo, en física el símbolo de infinito, «OO», se usa como una simple abreviatura de «número muy alto». La física es contar. En física, el tiempo no es más que el recuento de tics de un reloj. Se puede contar hacia atrás, como se puede contar hacia delante. Contando hacia delante se puede obtener un número positivo muy alto, pero nunca matemáticamente infinito, y el tiempo «nunca se acaba». Contando hacia atrás se puede obtener un número negativo muy alto, pero nunca matemáticamente infinito, y el tiempo «nunca empieza». De la misma manera que nunca llegamos al infinito positivo, tampoco llegamos nunca al infinito negativo. Que el universo no tenga un número matemáticamente infinito de sucesos en el futuro no significa necesariamente que tenga un final. De la misma manera, que el universo no tenga un número matemáticamente infinito de sucesos en el pasado no significa necesariamente que tenga un principio. Siempre podemos poner un suceso detrás de otro, y siempre podemos hacer que un suceso preceda a otro.

Según Craig, si se pudiera probar que el universo tuvo un principio, bastaría para demostrar la existencia de un creador personal. Lo formula en los términos del argumento cosmológico kalam, tomado de la teología islámica.15 Este argumento adopta la forma de un silogismo:

1. Todo lo que empieza a existir tiene una causa.
2. El universo empezó a existir.
3. Por lo tanto, el universo tiene una causa.

El argumento kalam ha sido cuestionado a fondo por varios filósofos,16 en términos lógicos que no hace falta repetir aquí, puesto que nos centramos en la ciencia.

En sus escritos, Craig considera evidente la primera premisa, sin otra justificación que la experiencia cotidiana. Es el tipo de experiencia que nos dice que la Tierra es plana. En realidad, se ha observado que determinados sucesos físicos de nivel atómico y subatómico carecen de causa evidente, como por ejemplo cuando un átomo en un nivel excitado de energía desciende a un nivel inferior y emite un fotón, una partícula de luz: de ese suceso no encontramos causa alguna, como no hay causa evidente para la desintegración de un núcleo radiactivo.

Craig ha replicado que los sucesos cuánticos están tan «causados» como los demás, pero de una manera no predeterminada, lo que él llama «causalidad probabilística». Eso, a todos los efectos, equivale a reconocer que la «causa» de su primera premisa podría ser accidental, algo espontáneo, no predeterminado. Abriendo la puerta a la causa probabilística, Craig destruye sus propios argumentos en apoyo de una creación predeterminada.

Disponemos de una teoría de las causas probabilísticas muy aceptada: la mecánica cuántica. Esta teoría no solo no predice cuándo se producirá un suceso dado, sino que supone que los sucesos individuales no están predeterminados. La única excepción nos la ofrece la interpretación de la mecánica cuántica por David Bohm,17 la cual supone la existencia de fuerzas subcuanticas todavía por detectar. Pese a no carecer de defensores, esta interpretación no goza de la aceptación general, ya que requiere conexiones superluminales que infringen los principios de la relatividad especial;18 pero lo más importante es que no se ha encontrado ninguna prueba de que haya fuerzas subcuanticas.

En vez de predecir sucesos individuales, la mecánica cuántica se usa para predecir la distribución estadística de resultados de conjuntos de sucesos parecidos, cosa que puede hacer con gran precisión. Un cálculo cuántico puede decirnos, por ejemplo, cuántos núcleos de una muestra grande se habrán desgastado tras un tiempo dado. También es posible predecir la intensidad de la luz de un grupo de átomos excitados, que es una medida del número total de fotones emitidos. Sin embargo, ni la mecánica cuántica ni ninguna otra teoría existente (incluida la de Bohm) pueden explicar el comportamiento de un núcleo o un átomo individuales. Los fotones emitidos en las transiciones atómicas aparecen de manera espontánea, al igual que las partículas emitidas en la radiación nuclear. Su aparición no predeterminada contradice la primera premisa.

En el caso de la radiactividad, se observa que las desintegraciones siguen una «ley» exponencial de la desintegración, aunque esta ley estadística corresponde exactamente a lo que cabría esperar si las probabilidades de desintegración en un intervalo breve de tiempo fueran iguales para todos los intervalos de tiempo de la misma duración; es decir, que la propia curva de desintegración demuestra que cada suceso individual se produce de modo imprevisible, y, por deducción, sin estar predeterminado.

La mecánica cuántica y la mecánica clásica (newtoniana) no están tan diferenciadas como se cree. De hecho, cuando los parámetros de un sistema, como las masas, las distancias y las velocidades, se acercan al régimen clásico, se produce una transición gradual de la mecánica cuántica a la clásica.19 En estos casos, las probabilidades cuánticas quedan en cero o cien por ciento, lo cual se traduce en certidumbres a ese nivel. Sin embargo, hay muchos ejemplos en los que las probabilidades no son ni cero ni cien por ciento. Los cálculos de probabilidades cuánticos se ajustan con exactitud a las observaciones de conjuntos de sucesos similares. Señalemos que aunque fuera sólida la conclusión kalám, y el universo tuviera una causa, ¿por qué no podría tratarse de una causa natural? La verdad es que el argumento kalám falla tanto empírica como teóricamente, sin necesidad de pasar a la segunda premisa, la de que el universo tuvo un principio.

EL ORIGEN

Por si no estuviera bastante desacreditado el argumento kalám, resulta que la segunda premisa también falla. Como hemos visto, la idea de que el universo empezó con el big bang no se sustenta de ninguna manera en los conocimientos físicos y cosmológicos actuales.

Las observaciones que confirman el big bang no descartan la posibilidad de un universo anterior. Se han publicado modelos teóricos que sugieren mecanismos por los que nuestro universo actual pudo aparecer a partir de otro universo anterior, por ejemplo a través de un proceso que recibe el nombre de efecto túnel cuántico, o de las llamadas fluctuaciones cuánticas.20 Las ecuaciones cosmológicas que describen el universo en su fase inicial también son aplicables al otro lado del eje temporal, por lo que no hay ninguna razón para suponer que el universo empezase con el big bang.

Yo mismo, en The Comprehensible Cosmos, presenté una hipótesis concreta del origen puramente natural del universo, elaborada matemáticamente a un nivel accesible para cualquier persona con estudios universitarios de matemáticas o física.21 Se basaba en el modelo sin límites de James Hartle y Stephen Hawking.22 En este modelo, el universo no tiene principio ni fin en el espacio o en el tiempo. En mi hipótesis se describe el modo en que nuestro universo desembocó por «efecto túnel» en el caos del tiempo de Planck, a partir de un universo anterior que existió durante todo el tiempo anterior.

Aunque en Brevísima historia del tiempo Hawking evitase los detalles técnicos, el modelo sin límites es la base de unas palabras suyas que se han citado mucho: «Mientras el universo tuviera un principio, podríamos suponer que tuvo un creador, pero si el universo fuera independiente de verdad, completamente, sin límites o bordes, no tendría principio ni final; sería, simplemente. ¿Qué sitio quedaría entonces para un creador?».23

La prensa científica seria ha publicado varias hipótesis de aparición natural del universo «a partir de la nada», elaboradas por científicos y cosmólogos de primera fila.24 De momento es imposible «demostrar» que alguna de ellas describa con exactitud cómo surgió el universo, pero sirven para ilustrar cómo falla cualquier argumento en favor de la existencia de Dios basado en esta laguna del conocimiento científico, puesto que es posible proponer mecanismos naturales verosímiles en el marco de los conocimientos existentes.

Como ya he subrayado, cuando se puede dar una explicación científica verosímil de una laguna en los conocimientos actuales, el Dios del argumento teísta basado en las lagunas se viene abajo. Yo no discuto que la naturaleza exacta del origen del universo siga siendo una laguna del saber científico.

Lo que sí niego es que no tengamos ninguna manera concebible de explicar ese origen de una manera científica.

Resumiendo, que los datos empíricos y las teorías que describen con éxito esos datos indican que el universo no fue el resultado de ninguna creación deliberada. Según los conocimientos científicos actuales más fiables, se deduce que no existe ningún creador que dejase una huella cosmológica de creación deliberada.

INTERVENIR EN EL COSMOS

Sigue en pie la posibilidad de un dios cuya manera de crear el universo no necesitase milagros, ni dejase huella de sus intenciones. Naturalmente, ya no se trataría del Dios judeo-cristiano-islámico tradicional, cuya huella supuestamente está en todas partes; pero quizá esas religiones pudieran modificar sus teologías y proponer un dios que interviniese más tarde, después del tiempo de Planck, a fin de asegurar el cumplimiento de sus objetivos después de que el caos del tiempo de Planck borrase los planes que tenía para la creación.

También en este caso sería de esperar que aparecieran pruebas, en las observaciones o en las teorías consolidadas, de puntos en que hubiera intervenido un dios así a lo largo de la historia del cosmos. En los capítulos anteriores hemos buscado esas pruebas en la Tierra, en los fenómenos de la vida y el pensamiento. Ahora nos trasladaremos a los grandes espacios que hay más allá de la Tierra.

La historia nos da muchos ejemplos de acontecimientos celestes inesperados que al principio parecían milagrosos. En 585 a . C , un eclipse total de Sol en Asia Menor puso fin a una batalla entre los medas y los lidios, que huyeron despavoridos, unos y otros. Este eclipse lo había predicho Tales de Mileto basándose en registros babilonios, en lo que posiblemente sea el primer caso conocido de predicción científica.

Los eclipses son bastante infrecuentes como para no constituir una parte tan regular de la experiencia humana normal como la salida y la puesta del Sol, y las fases de la Luna. Aun así se repiten, y siguen leyes, al igual que esos otros fenómenos más familiares. Por eso actualmente podemos fijar la fecha exacta del eclipse de Tales (en nuestro calendario): 28 de mayo de 585 a.C. Eso demuestra que la ciencia destaca por su capacidad tanto de predecir el futuro como de posdecir el pasado. Hacia la misma época, Nabucodonosor II destruyó Jerusalén y se llevó a los judíos al exilio en Babilonia (de donde tomaron su mito de la creación). Se dice que Buda alcanzó la iluminación casi en el mismo momento. Pocas décadas después nacía Confucio.

Otro ejemplo parecido de fenómenos astronómicos espectaculares que antiguamente se consideraban augurios sobrenaturales, pero que la ciencia ha acabado describiendo en términos naturales, es decir, con modelos puramente materiales, son los cometas. En el siglo XVII, Edmund Halley (m. en 1742) usó las teorías mecánicas elaboradas por su amigo Isaac Newton (m. en 1727) para predecir que un cometa visto en 1682 volvería en 1759. Así fue, tras la muerte de Halley, y desde entonces ha reaparecido cada sesenta y seis años. La mayoría de los cometas aparecen de manera inesperada, ya que sus órbitas son tan extensas que han estado fuera de nuestra visión durante toda la historia humana. Sin embargo, los registros indican que el cometa de Halley ha aparecido unas veintinueve veces a lo largo de la historia.

Fenómenos astronómicos inesperados, cuya comprensión no fue inmediata, los ha habido también en épocas más recientes: pulsares, supernovas, quásares, explosiones de rayos gamma… Pero al igual que los otros ejemplos, se han acabado repitiendo de alguna manera en el tiempo o el espacio, lo cual ha permitido averiguar bastantes cosas como para llegar a entender su naturaleza en términos puramente físicos.

Jamás, en ningún lugar del cielo, hemos observado un acontecimiento que no se repitiese en el tiempo o el espacio, ni pudiera explicarse en los términos de las ciencias naturales establecidas. Todavía no hemos encontrado un solo fenómeno astronómico observable que requiera la incorporación de un elemento sobrenatural a un modelo para ser descrito. Lo cierto es que carecemos de fenómenos cósmicos que respondan a los criterios de milagro de Swinburne. Hasta la fecha, nuestros instrumentos astronómicos más perfeccionados no han captado ni el menor atisbo de un Dios cuyo papel sea lo bastante activo como para producir acontecimientos milagrosos en el cosmos. Las observaciones de la cosmología presentan justo el aspecto que sería de prever si no existiera Dios.

¿DE DÓNDE SALEN LAS LEYES DE LA FÍSICA?

Ya hemos visto que el origen y el funcionamiento del universo no requieren ninguna infracción de las leyes de la física, algo que probablemente sorprenda a los legos que han oído decir lo contrario en el pulpito o los medios de comunicación. Claro que el creyente científicamente informado podría admitirlo, por el bien del debate, y replicar después: «Bueno, pero entonces, ¿de dónde salen las leyes de la física?». La idea más común es que tuvieron que proceder de fuera del universo, pero eso no es un hecho demostrable. Nada impide que las leyes de la física hayan salido del propio universo.

Los físicos inventan modelos matemáticos para describir sus observaciones del mundo . Esos modelos contienen una serie de principios generales que tradicionalmente se han llamado «leyes» a causa de la creencia general de que se trata de normas que rigen el universo igual que los países se rigen por leyes civiles. Sin embargo, como demostré en mi anterior libro, The Cotnprehensible Cosmos, las leyes más fundamentales de la física no son restricciones al comportamiento de la materia, sino restricciones a cómo pueden describir los físicos ese comportamiento.25 Para que un principio natural escrito por nosotros sea objetivo y universal, tiene que estar formulado de una manera que no dependa del punto de vista de ningún observador particular. El principio debe ser válido para todos los puntos de vista, y en todos los «marcos de referencia». Así, por ejemplo, ninguna ley objetiva puede depender de un momento especial en el tiempo o de una posición especial en el espacio que pueda ser elegida por un observador privilegiado.

Supongamos que formulo una ley que afirma que todos los objetos se mueven de forma natural hacia mí. No sería muy objetivo, pero es lo que se pensaba antiguamente, que la Tierra era el centro del universo, y que el movimiento natural de los cuerpos era hacia la Tierra. La revolución copernicana demostró que no era así. Fue el primer paso en la comprensión gradual por los científicos de que sus leyes no podían depender del marco de referencia.

En 1918, la matemática Emmy Noether demostró que las leyes físicas más importantes —la conservación de la energía, el momento lineal y el momento angular— aparecen automáticamente en cualquier modelo que no elija un momento especial en el tiempo, una posición especial en el espacio ni una dirección especial en el espacio.26 Más tarde se observó que la teoría de la relatividad especial de Einstein se deduce por sí sola si no elegimos ninguna dirección especial en el espacio-tiempo cuatridimensional.

Estas propiedades del espacio-tiempo reciben el nombre de simetrías. Por ejemplo, la simetría rotacional de una esfera es el resultado de que la esfera no elija ninguna dirección particular en el espacio. Las cuatro simetrías del espacio-tiempo descritas más arriba no son más que las simetrías naturales de un universo sin materia, es decir, un vacío. Son como deberían ser si el universo hubiese aparecido a partir de un estado inicial en que no hubiera materia, es decir, de la nada.

Otras leyes de la física, como la conservación de la carga eléctrica y las diversas leyes de fuerzas, nacen de la generalización de las simetrías espaciotemporales en los espacios abstractos que usan los físicos en sus modelos matemáticos. Esta generalización recibe el nombre de invariancia gauge, vinculada a un principio al que yo me refiero más descriptivamente como invariancia del punto de vista.

Para ser objetivas y universales, las formulaciones matemáticas de estos modelos (que pueden encontrarse en The Comprehensible Cosmos) deben cumplir este requisito. Sorprendentemente, una vez cumplido, la mayoría de las grandes leyes de la física aparecen de modo natural. En cuanto a las que no resultan obvias de manera inmediata, se pueden ver surgir plausiblemente a través de un proceso conocido como violación espontánea de la simetría.

¿De dónde salen las leyes de la física, entonces? ¡Pues de nada! La mayoría son afirmaciones compuestas por los seres humanos, y se deducen de las simetrías del vacío del que nació espontáneamente el universo. Lejos de haber sido entregadas directamente desde las alturas, como los Diez Mandamientos, son exactamente como deberían ser si no hubieran sido entregadas de ninguna parte; de ahí, por ejemplo, que una violación de la conservación de la energía al principio del big bang constituyese una prueba de la existencia de un creador externo. Pese a haber inventado la «ley», los físicos no podrían cambiarla. Haría falta un milagro, o más explícitamente, alguna acción externa que interviniese para romper la simetría temporal que lleva a la conservación de la energía. Sin embargo, como ya hemos visto, los datos no requieren ningún milagro de ese tipo.

Así pues, está justificado aplicar las leyes de conservación al principio del big bang en el tiempo de Planck. En aquel momento, como hemos visto a lo largo del capítulo, el universo carecía de estructura, lo cual significa que no tenía lugar, dirección o tiempo discernibles. En una situación así son válidas las leyes de conservación.

La verdad es que no es una idea muy extendida. Normalmente creemos que las leyes de la física forman parte de la estructura del universo; pero ahora voy yo y digo que las tres grandes leyes de conservación no forman parte de ninguna estructura, sino que se derivan de la propia falta de estructura del momento inicial.

Como concepto es difícil de entender, sin duda. Mis ideas sobre este punto concreto no gozan de consenso entre los físicos, aunque insisto en que los elementos científicos que he usado son elementos arraigados y convencionales. No estoy proponiendo ninguna física o cosmología nuevas. Me limito a presentar una interpretación del conocimiento establecido de esos campos en lo que atañe a la cuestión del origen de las leyes físicas, cuestión que se plantean pocos físicos.

Tengo que subrayar otro punto importante, que a menudo se malinterpreta. Yo no estoy insinuando que las leyes de la física puedan ser como queramos que sean, ni que sean simples «relatos culturales», como han propuesto una serie de autores vinculados al movimiento que recibe el nombre de posmodernismo.27 Son como son porque cuadran con los datos.

Tanto si mi explicación sobre el origen de las leyes físicas convence como si no, al menos espero que se reconozca que he dibujado una hipótesis natural plausible de una laguna del conocimiento científico: la de un consenso claro sobre el origen de las leyes físicas. Tampoco en este caso me corresponde a mí demostrar la hipótesis. Es al creyente que pretenda sostener que Dios es la fuente de las leyes físicas a quien le corresponde demostrar 1) que mi explicación es falsa, 2) que no es posible ninguna otra explicación natural, y 3) que lo hizo Dios.

¿POR QUÉ HAY ALGO EN VEZ DE NADA?

Si las leyes de la física se desprenden por sí solas del espacio-tiempo vacío, ¿de dónde salió aquel espacio-tiempo vacío? ¿Por qué hay algo en vez de nada? Esta pregunta suele ser el último recurso de los teístas que, al tratar de argumentar la existencia de Dios a partir de la física y la cosmología, se encuentran con que todos los otros argumentos fallan. El filósofo Bede Rundle lo define como «la pregunta central de la filosofía, y la más desconcertante». Su respuesta es sencilla (aunque ocupe todo un libro): «Tiene que haber algo».28

Es evidente que la pregunta lleva asociada toda una serie de problemas conceptuales. ¿Cómo definimos «nada»? ¿Cuáles son sus propiedades? Y, si tiene propiedades, ¿eso no lo convierte en algo? Según el teísta, la respuesta es Dios, pero entonces, ¿por qué hay un Dios, en vez de nada? Suponiendo que podamos definir «nada», ¿por qué debería ser un estado de las cosas más natural que algo? Pues bien, estamos en situación de aportar una razón científica plausible, basada en los conocimientos más sólidos de la física y la cosmología, de por qué algo es más natural que nada.

En el capítulo 2 hemos visto que la naturaleza es capaz de construir estructuras complejas mediante procesos de autoorganización, y que la simplicidad engendra complejidad. Tomemos el ejemplo del copo de nieve, la hermosa formación de cristales de hielo con seis puntas que resulta de la congelación directa del vapor de agua en la atmósfera. Nuestra experiencia nos dice que un copo de nieve es algo muy efímero, que se derrite rápidamente y se convierte en gotas de agua líquida dotadas de una estructura mucho menos marcada, pero eso solo es porque vivimos en un entorno de temperaturas relativamente altas, donde el calor reduce la frágil disposición de los cristales a un líquido más simple. Para romper la simetría de un copo de nieve, hace falta energía.

En un entorno donde la temperatura ambiente estuviera muy por debajo del punto de fusión del hielo, como lo es casi todo el universo, alejado de los efectos muy localizados del calentamiento estelar, cualquier vapor de agua cristalizaría enseguida en estructuras complejas y asimétricas. Los copos de nieve serían eternos, o en todo caso permanecerían intactos hasta ser destruidos por los rayos cósmicos. Este ejemplo muestra que muchos sistemas simples de partículas son inestables, es decir, que tienen una duración limitada, ya que experimentan transiciones de fase espontáneas a estructuras más complejas de menor energía. Dado que lo más simple que hay es «nada», no podemos esperar que sea muy estable. Lo más probable es que experimente una transición de fase espontánea que lo convierta en algo más complejo, como un universo que contenga materia. La transición de nada a algo es un fenómeno natural, que no necesita de ninguna intervención externa. Como ha dicho el premio Nobel de física Frank Wilczek: «Entonces la respuesta a la antigua pregunta «¿Por qué hay algo en vez de nada?» sería que «nada» es inestable».29

En la hipótesis sin límites del origen natural del universo a la que me he referido antes se pueden calcular las probabilidades de que haya algo en vez de nada: más del 60 por ciento.30 En suma, que el estado natural de las cosas es algo en vez de nada. Un universo vacío requiere una intervención sobrenatural. No así uno lleno. Un estado de nada solo podría mantenerse a través de la acción constante de un actor externo al universo, como Dios. El hecho de que haya algo solo es lo previsible en caso de que no exista Dios.

  1. La conservación de la energía no se reconoció inmediatamente, pero siempre estuvo implícita en las leyes de la mecánica de Newton. []
  2. Richard Swinburne, The Existence ofGod, Clarendon Press, Oxford, 1979, p. 229. []
  3. Normalmente se cree que las reacciones nucleares son el único caso de conversión entre energía en reposo y energía cinética, pero esto último también se produce en las reacciones químicas; lo que ocurre es que los cambios de masa de los reactantes son demasiado pequeños para que suelan observarse. []
  4. Stephen Hawking, A BriefHistory ofTime: From the Big Bang to Black Holes, Bantam, Nueva York, 1988, p. 129. []
  5. Técnicamente, la relatividad general no permite definir la energía total del universo en todas las situaciones posibles, pero en V. Faraoni y F. I. Cooperstock, «On the Total Energy of Open Friedmann-Robertson-Walker Universes», Astrophysical Journal, n° 587,2003, pp. 483-486, se demuestra que la energía total del universo puede ser definida en la mayoría de los tipos habituales de cosmología, y en esos casos siempre es cero. Se incluye el caso en que la densidad es crítica. []
  6. Alan Guth, El universo inflacionario. Debate, Barcelona, 1999. []
  7. La derivación matemática de las curvas de este gráfico aparece en el apéndice C de Victor J. Stenger, Has Science Found God? The Latest Resulte in the Searchfor Purpose in the Universe, Prometheus Books, Amherst, N.Y., 2003, pp. 356-357. []
  8. La prueba matemática está en el apéndice A de Stenger, Has Science Found God?, pp. 351-353. []
  9. Pío XII, «The Proofs for Existence of God in the Light of Modern Natural Science», discurso del papa Pío XII a la Academia Pontificia de las Ciencias, 22 de noviembre de 1951, reimpreso como «Modern Science and the Existence of God», Catholic Mind, 49,1972, pp. 182-192. []
  10. William Lañe Craig y Quentin Smith, Theism, Atheism and Big Bang Cosmology, Clarendon Press, Oxford, 1997. []
  11. Clifford M.Will, Was Einstein Right? Putting General Relativity to the Test, Basic Books, Nueva York, 1986. []
  12. Stephen W. Hawking y Roger Penrose, «The Singularities of Gravitational Collapse and Cosmology», Proceedings ofthe Royal Society oj hondón, serie A, 314,1970, pp. 529-548. []
  13. Hawking, A Brief History of Time, p. 50. []
  14. Keith Parsons, «Is There a Case for Christian Theism?», en J. P. Moreland y Kai Nielsen, Does God Exist? The Debate Between Theists & Atheists, Prometheus Books, Amherst, N.Y., 1993, p. 177. Véase también Wes Morriston, «Creation Ex Nihilo and the Big Bang», Philo 5, n°1, 2002, pp. 22-33. []
  15. William Lañe Craig, The Kalám Cosmological Argument, Library of Philosophy and Religión, Macmillan, Londres, 1979; The Cosmological Argument from Plato to Leibniz, Library of Philosophy and Religión, Macmillan, Londres, 1980. []
  16. Smith, en Craig y Smith, Theism, Atheism and Big Bang Cosmology; Graham Oppy, «Arguing about the Kalám Cosmological Argument», Philo 5, n°1, primavera-verano de 2002, pp. 34-61, y referencias contenidas en el artículo; Arnold Guminski, «The Kalám Cosmological Argument: The Questions of Metaphysical Possibility ofan Infinite Set of Real Entities», Philo 5, n°2, otoño-invierno de 2002, pp. 196-215; Nicholas Everitt, The Non-Existence of God, Routledge, Londres y Nueva York, 2004, pp. 68-72. []
  17. David Bohm y B. J. Hiley, The Undivided Universe: An Ontological Interpretation of Quantum Mechanics, Roudedge, Londres, 1993. []
  18. Analizo este aspecto en detalle en Victor J. Stenger, The Unconscious Quantum: Metaphysics in Modern Physks and Cosmology, Prometheus Books, Amherst, N.Y., 1995. []
  19. La mecánica cuántica se convierte en mecánica clásica cuando se asigna valor cero a la constante de Planck h. []
  20. David Atkatz y Heinz Pagels, «Origin of the Universe as Quantum Tunneling Event», Physical Review D25, 1982, pp. 2065-2067; Alexander Vilenkin, «Birth of Inflationary Universes», Physical Review D27,1983, pp. 2848-2855; David Atkatz, «Quantum Cosmology for Pedestrians», American Journal of Physics, 62,1994, pp. 619-627. []
  21. Víctor J. Stenger, The Comprehensible Cosmos: Where Do the Laws of Physics Come From?, Prometheus Books, Amherst, 2006, suplemento H. []
  22. J. B. Hartle y S.W. hawking, «Wave Function of the Universe», Physical Review, D28,1983, pp. 2960-2975. []
  23. Hawking, A Brief History of Time, pp. 140-141. []
  24. E.P. Tryon, «Is the Universe a Quantum Fluctuation?», Nature, 246, 1973, pp. 396-397; Atkatz y Pagels, «Origin of the Universe as a Quantum Tunneling Event»; Alcxander Vilenkin, «Quantum Creation of Universes», Physical Review, D30, 1984, p. 509; Andre Linde, «Quantum Creation of the Inflationary Universe», Lettere Al Nuovo Cimento, 39, 1984, pp. 401-405; T. R. Mongan, «Simple Quantum Cosmology: Vacuum Energy and Initial State», General Relatitnty and Gravitation, 37, 2005, pp. 967-970. []
  25. Stenger, The Comprehensible Cosmos. []
  26. E. Noether, «Invarianten beliebiger Differentialausdrücke», Nachr. d. König. Gesellsch. d. Wiss. zu Göttingen, Math-phys. Klasse, 1918, pp. 37-44; Nina Byers, «E. Noether’s Discovery of the Deep Connection between Symmetries and Conservation Laws», Israel Maihematical Conference Proceedings, n° 12, 1999, http://www.physics.ucla.edu/~cwp/articles/noether.asg/noether.html (acceso: 1 de julio de 2006). Contiene links al artículo original de Noether, con su traducción al inglés. []
  27. Walter Truett Anderson, The Truth About the Truth, Jeremy P. Tarcher/Putnam, Nueva York, 1996. []
  28. Bede Rundle, Why There Is Something Rather Than Nothing, Clarendon Press, Oxford, 2004. []
  29. Frank Wilczek, «The Cosmic Asymetry Between Matter and Antimatter», Sríentific American, 243, n° 6, 1980, pp. 82-90. []
  30. Stenger, The Comprehensible Cosmos, suplemento H. []

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