Los malos procedimientos y las buenas intenciones de la Revolución Nac&Pop

Yo sé que las comparaciones con el nazismo son odiosas, pero describir los proyectos que pretenden modificar el funcionamiento del Poder Judicial con el adjetivo «democratizador» es hacer lo mismo que hacían los Nazis al rasgarse las vestiduras hablando del «Pueblo», la «Paz» y la «Libertad» —ellos no decían «democracia» porque todavía era una mala palabra—, pero hasta los nazis intentaron siempre legitimizar sus atrocidades manipulando el lenguaje y mediante un supuesto consenso social. Recordemos que en 1933, apenas unos meses después de que el NSDAP asumiera el poder, el parlamento se autodisolvió mediante la Ley Habilitante, que le otorgaba facultades legislativas a la figura del «Führer Adolf Hitler», así, con nombre y apellido. (Ley que se votó sin la presencia del bloque comunista, cuyos miembros, lamentablemente, se encontraban impedidos: habían sido asesinados o encarcelados la noche anterior y no pudieron asistir al debate parlamentario). En el pseudodebate de circo que tuvo lugar entonces en el Reichstag, abundaron las procalmaciones sobre «el Pueblo», «la Paz» y «la Libertad».

Por supuesto, no hemos llegado a tales extremos —y probablemente, por suerte, ya no los alcancemos nunca más—, y por eso la comparación es odiosa. Y no hace falta leer a Clarín (que por supuesto, miente; aunque eso no implique necesariamente que 678 —ese evidente y grosero órgano de Propaganda Oficial— diga la verdad. ¿O sí?); basta con leer el texto de la ley y pensar. El Artículo 2 y el Artículo 3bis del proyecto de modificación de la Ley 24.937/99 (sobre la composición y elección del Consejo de la Magistratura) y el Artículo 5 del proyecto de Ley «de las medidas cautelares en las que es parte o interviene el Estado Nacional» son, el primero, una clara violación al Principio Republicano de Separación de Poderes (porque vincula directamente la composición del consejo al Poder Ejecutivo, otorgándole un control inadmisible sobre el Poder Judicial) y el segundo, una presunción por lo menos anticonstitucional, y probablemente hasta antiética (porque elimina de facto una garantía individual de protección contra las arbitrariedades del Estado).

Por supuesto (¡!) que los proyectos también tienen elementos positivos: el artículo n° 1 del proyecto sobre las medidas cautelares es muy necesario para llenar un vacío legal que permite el abuso de las medidas cautelares (de hecho, solo basta con ese artículo para «solucionar» el «problema» que plantea el kirchnerismo, si hacemos la concesión —¿por qué no?— de que hay un problema con las medidas cautelares), o el proyecto completo sobre el Acceso a la Información Judicial en internet; también es interesante y seguro que todos estamos de acuerdo con él.

Pero eso es parte del «relleno», del envoltorio de plástico con globitos de aire con el que se empaquetó el gigantesco sapo que nos quieren hacer comer.

Los proyectos son cortos y de fácil lectura (repito: esto no es Clarín —que ¡miente..!, por supuesto—, esto es lo que en la universidad se llama «Literatura Primaria»):

Proyecto sobre el acceso a la informacion judicial por Internet
Proyecto para la creacion de nuevas Camaras de Casacion
Proyecto para garantizar el ingreso igualitario a la Justicia
Proyecto para reformar el Consejo de la Magistratura
Proyecto para regular las Medidas Cautelares
Proyecto para transparentar el acceso a las declaraciones juradas

Y de paso se le puede echar un vistazo a la Constitución Nacional, cosa que nunca está de más.

Solo me imagino tres escenarios posibles para no estar abiertamente en contra de los dos puntos que mencioné más arriba (Art.2 y 3bis 24.937/99 y Art.5 del Proyecto sobre las Cautelares):

  1. o bien se cree en la manipulación oficilista de las palabras y se asocia «democratización» con algo difusamente bueno, sin entender muy bien de qué va todo, o bien
  2. se está sinceramente convencido de que el «Estado» (en su acepción kirchnerista de «Poder Ejecutivo») debe tener más poder sobre el Poder Judicial, y que por lo tanto, atentar contra el principio republicano de separación de poderes es necesario para ir adelante con el Proyecto (que, en definitiva, no sería tan grave: después de todo el «Orden Republicano» no deja de ser un Paradigma Eurocentrista, ¿no?) o bien
  3. uno es irremediablemente cínico (cínico, sí)

La mayor parte de la gente que conozco está dentro del segundo grupo. Eso es bueno, porque es el único grupo de gente con la que se puede discutir: con los idiotas no tiene sentido razonar y con los cínicos no es posible. Pero hay un problema con la gente convencida y de buenas intenciones (sinceramente creo que conforma la mayoría), y es que tiene un sesgo casi religioso en su cosmovisión: el del Bien Mayor, aquel que dice que, en determinadas circunstancias, el fin justifica los medios. Nunca fue así. Nunca el fin justifica los medios; nunca la persecusión de un Bien Mayor a como de lugar dejó de degenerarse en arbitrariedad; nunca el anunciado advenimiento del «Hombre Nuevo» dejó de venir acompañado del aniquilamiento físico del hombre viejo.

Las buenas intenciones, acompañadas de una evidente tendencia social a justificar cierto paternalismo político (paternalismo que en esta región, evidentemente, es algo que funciona; miremos sino las poses y la dialéctica del recientemente elegido presidente de Venezuela Nicolás Maduro, que no son otra cosa que un calco de las poses y dialéctica autoritarias de Hugo Chávez, o la terminología neoperonista argentina que habla de «jefes», «ordenes», «obedeíencia», «militancia», «lucha», «patria», «pueblo», etc) son fundamentales para la justificación de esa cosmovisión.

A este respecto, Erich Fromm decía que:

«…las capas inferiores de la clase media, compuesta de pequeños comerciantes, artesanos y empleados, acogieron con gran entusiasmo la ideología nazi. En estos grupos, los individuos pertenecientes a las generaciones más viejas constituyeron la base de masa más pasiva; sus hijos, en cambio, tomaron una parte activa en la lucha. La ideología nazi —con su espíritu de obediencia ciega al «lider», su odio a las minorías raciales y políticas, sus apetitos de conquista y dominación y su exaltación del pueblo alemán y de la «raza nórdica»— ejerció en estos jóvenes una atracción emocional poderosa, los ganó para la causa nazi y los transformó en luchadores y creyentes apasionados. La respuesta a la pregunta referente a los motivos de la profunda influencia ejercida por la ideología nazi ha de buscarse en la estructura del carácter social de la baja clase media.» 1

Así, aquella vieja sabiduría popular que afirma que «los pueblos tienen los gobernantes que se merecen» no deja de tener validez en este contexto: hace falta creer que estamos inmersos en una «Lucha», encabezada por un «Líder Sabio», en donde «el Fin» justifica los medios, para estar dispuesto a aceptar el desarme de las estructuras democráticas y republicanas que, imperfectas y poco usadas, son lo único que nos separa de la cínica (sí, cínica) arbitrariedad disfrazada de humanismo. En este contexto, el «Fin» sería eliminar la injusticia social, —como si ése no fuera un ideal compartido por la mayoría— pero dicho con palabras de la militante citada más arriba, eso suena así: que en la sociedad ya no tengan cabida esas «señoras con sus coquetas carteras empuñando una essen disfrazando de cacerolazo una protesta por no poder comprar dolares o por tener que pagar impuestos acorde a la cantidad de hectareas que poseen» ¡Vaya simplificación equivocada y absurda!.

Yo estoy muy de acuerdo con la asignación universal por hijo, con el matrimonio igualitario, con la despenalización del aborto, con la legalización de las drogas, con el procesamiento de los genocidas, con la idea de que cada escolar debiera tener acceso a una computadora, con la salud y la educación pública y gratuita; y también estoy muy de acuerdo con la idea del respeto a las garantías individuales y políticas, con el establecimiento de estrechos, estrechísimos límites al poder del Estado, su control estrícto, y sobre todo: con la defensa de la libertad. Todas estas cosas pueden conseguirse al mismo tiempo y sin necesidad del otorgamiento de superpoderes autárquicos y caudillistas al líder político de turno, lo que históricamente siempre ha devenido en abusos de poder, dictaduras y fascismos, lo cual —paradójicamente—, es lo que los militantes bienintencionados pretenden querer evitar con «El Proyecto Nacional y Popular».

O quizás —acaso sea esto lo más probable— los haya entendido mal.

  1. Fromm, Eric «El miedo a la libertad», Bs.As., 1996, Ed. Paidos, p. 205[]

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