Hay un episodo de South Park que deja al desnudo — de forma muy graciosa, como siempre — la peligrosa mentira y el ridículo sinsentido del famoso “Programa de doce pasos” de Alcohólicos Anónimos — organización escondidamente religiosa — , cuyos resultados son indiscutibles, pero sólo porque logra cambiar una adicción por otra. No es casual que la gran mayoría de los adictos recuperados (del alcohol o de cualquier otra cosa) profesen una redescubierta religiosidad; la recuperación de adictos es, muchas veces, una forma moderna de misión religiosa. Y funciona porque, como cualquier religión, opera con el poder, convenciendo a los adictos que su adicción es una enfermedad y que solo la entrega incondicional a un “poder superior” podrá acabar con ella.
Acorde con todo esto existen algunas ideas, instauradas en el imaginario popular, que impiden un análisis racional del consumo de drogas como lo que es: un fenomeno social inherente a la cultura humana. Pero la relación patológica con el poder de los seres humanos hace que estas ideas se nos antojen razonables, incorporando un elemento moral-normativo al diagnóstico de lo que se ha convertido en el problema que los propios apologistas del poder han creado. Estas ideas pueden resumirse en las siguientes: que la prohibición es necesaria, que las drogas son malas, que los adictos son enfermos. En una sola: que la prohibición es necesaria porque las drogas son malas y son la causa de la enfermedad de los adictos, entes sin voluntad atrapados en un intento eterno e infructuoso por “escapar de la realidad”.
Ésta es otra mentira de los apologistas del poder: que las adicciones no son otra cosa más que la incansable e imposible búsqueda de aquel primer escalofrío, de aquel primer viaje, de aquella primera euforia; de aquel primer flash que experimentamos la primera vez que consumimos lo que sea. Es notable como los apologistas del poder manipulan el conocimiento científico (que en este caso, describe un hecho biológico: la reacción del cuerpo ante la irrupción de un compuesto químico para él hasta entonces desconocido, y un hecho psicológico: la búsqueda del placer) y lo dan vuelta, lo amasan, lo estiran y lo deforman hasta que parece que dijera que las drogas son “obra del demonio” porque, al igual que él, nunca cumplen lo que prometen.
Lo cual es una verdad a medias y por lo tanto, una metira fragante. Como pasa con cualquier cosa, con la práctica y con el tiempo el consumidor desarrolla una gran capacidad, un gran conocimiento y una gran resistencia física y termina soportando mucho mejor las dorgas que consume. La primera vez, menos de media botella de Vodka logró hacer un desastre, casi salgo a las cuatro de la mañana a la calle con una pistola calibre .22 que le arrebaté de las manos a un amigo, y si no me hubieran distraído con cualquier tontería, es muy probable que le hubiera disparado a la cabeza de algún perro vagabundo, sin otro motivo que el natural enojo y frustración adolescentes. La primera vez, medio gramo de una cocaína muy mala logró tenerme despierto tres días seguidos y terminar un miércoles a las tres de la tarde metido en la cama, bañado en sudor y rogándole a dios (¡porfavordiosmío!) no matarme de un ataque cardíaco, siendo que desde mi más temprana edad me había jurado a mi mismo no sucumbir jamás y bajo ninguna circunstancia a la duda teológica. La primera vez, un poco de marihuana logró hacerme vomitar y luego de dejó riendo como un idiota el resto de la noche. La primera vez, un cuarto de dosis de LSD logró convencer a mi cerebro de la existencia de un conejo asesino y notablemente antropomorfo que, tras una odisea por los cuatro mares y los cinco continentes, por fin había dado con mi paradero y venía a matarme sangrienta y dolorosamente, llevandome a un estado de horrorosa paranoia que duró más de lo que me es grato recordar.
Ninguna de esas experiencias fue el placentero “flash” con los que los apologistas del poder las describen: fueron momentos desconocidos, desconcertantes, interesantes y atemorizantes. Pero con el tiempo el usuario aprende a manejar (en algunos casos más, en otros menos) las dósis y sus efectos; hoy el alcohol me ayuda a dormir, la cocaína me ayuda a pensar, la marihuana me ayuda a relajarme y el ácido me ayuda a soñar, sin que por eso los necesite para dormir, para pensar, para relajarme o para soñar; y sin que por eso crea que en alguno de ellos se esconde la felicidad… o la solución a cualquiera de mis múltiples problemas.
Las drogas son como los videojuegos: un pasatiempo esporádico que puede consumirse a veces más — y a veces menos. El adicto que sucumbe a las drogas bien podría sucumbir a los videojuegos, a la anorexia o al trabajo; y sin embargo a nadie se le ocurre prohibir el Tetris, a los tratamientos para adelgazar o las oficinas. El problema es lo que de hace un tiempo a esta parte se denomina “consumo problemático”: una adicción que, por otra parte, para poder surgir necesita de todo un batallón de problemas y de un marco patológico propicio; no de la mera accesibilidad a una sustancia determinada.
Las drogas no son malas. Tampoco son buenas. Los problemas ocasionados por el consumo problemático de cualquier droga son conocidos y no pienso intentar negarlos. El problema, en todo caso, es el consumo problemático de las drogas, no las drogas en sí. Pero si el discurso social, político, familiar y mediático sobre el “problema de las drogas” estuviera un poco menos sesgado por el desconocimiento y el miedo, si pudieramos descartar aquel axioma irreflexivo del cual parten todos los análisis (“Las drogas son malas”), si tuvieramos un debate social más adulto sobre el tema; los siguientes consejos — o cualquier lista similar — para consumir drogas y no morir en el intento serían obviedades tan comunes y estarían tan arraigadas en el conocimiento colectivo como saber que no se debe abrir el refrigerador con los pies descalzos y húmedos.
Si vas a probar una droga por primera vez:
- Sé prudente, las drogas son peligrosas.
- Infórmate sobre los efectos, los riesgos y las contraindicaciones de lo que estás por consumir.
- Obviamente: Nunca conduzcas, ni vayas a trabajar, ni pongas a otras personas en peligro por estar bajo los efectos de cualquier droga. No seas idiota.
- Cuidado con la calidad: asegúrate que la droga sea lo más pura posible.
- Cuidado con la dosificación: No sabes cómo reaccionará tu cuerpo, comienza con pequeñas dósis y de a poco; observa los cambios que se irán produciendo en tu motricidad, en tu sentido corporal y en tu percepción del mundo.
- Nunca consumas nada “obligado” por la presión social; que la decisión sobre el consumo de lo que sea siempre tuya. Pero:
- No estés solo: asegúrate de tener a alguien de confianza y experimentado a tu lado que pueda ayudarte a preparar las dosis de forma correcta y que pueda socorrerte en caso de que algo salga mal.
- Nunca consumas para salir del “bajón” que sobreviene cuando el efecto de la droga desaparece.
- Nunca consumas para no tener que soportar el dolor, el aburrimiento o la soledad: la vida seguirá ahí cuando el efecto de la droga haya desaparecido.
- No tengas miedo.
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