Por Juan Pablo Sáenz para Y SIN EMBARGO
La cámara obscura
…y sin embargo, siempre tuvimos la irrefrenable necesidad encontrarle un sentido al mundo, cualquiera (por no hablar de la necesidad de ejercer control sobre él; desde las danzas para hacer llover hasta las prácticas homeopáticas, pasando por casi todo lo demás, nuestra historia puede describirse como una sucesión de intentos de mitigar el caos que nos rodea). Lo importante para nosotros los monos no es conocer la causa de los sucesos, el mecanismo detrás de los fenómenos y la naturaleza de las cosas: lo importante, lo necesario, lo que nos mantiene con vida y relativamente cuerdos, es creer que los conocemos. Si hay algo que nuestro cerebro soporta menos que el caos, es la incertidumbre. Todavía hoy, después de millones de años de estar expuestos al caos y a la incertidumbre, de flotar insignificantes en un océano de azar, a la deriva y sin rumbo, generación tras generación tras generación, nuestro cerebro insiste en construir estructuras, orden y certezas, engañarnos constante y abiertamente y hacernos creer que los hechos son consecuencias de causas definidas y únicas que, (¡por supuesto!), nosotros comprendemos a la perfección. A diferencia de todos los demás monos.
El cerebro construye la estructura en donde encajonarlo todo, y ante la aparición de un elemento nuevo de «ahí afuera», dibuja en nuestra percepción un sinnúmero de flechas, subrayados y diagramas de flujo antes de que tengamos siquiera la ocasión de preguntarnos nada, y, por supuesto, antes de conocer cabalmente ni el texto ni el contexto de la cajita para la que se apresura a construir un lugar. Una vez armada la estructura, la caja no deberá moverse bajo ninguna circunstancia: allí no existe lugar ni para la duda ni, mucho menos, para la equivocación. (En otras palabras: en lugar de construir una cosmovisión desde la observación de la realidad, lo que hacemos los monos es construir una realidad en base a nuestra particular cosmovisión1 ).
Pero no todo es desesperación. Si bien aún hoy sigue resultando indefectiblemente infructuoso tratar de comprender la naturaleza de la realidad, hemos llegado a un momento socio-evolutivo desde donde parecemos poder percatarnos de que el orden de las cosas no existe, y en donde parecemos haber comprendido que en lugar de las cosas (como objeto ontológico de lo real), lo único que existe es nuestro discurso sobre las cosas. Pero lamentablemente (o por suerte; todavía no lo sé) esta comprensión solo funciona en el plano reflexivo, dislocado del resto de nuestra vida, y pareciera tener absolutamente cero injerencia en un ámbito más práctico: sabemos que nuestros sentidos nos engañan, nos sabemos dominados por nuestra propia ideología, entendemos que los objetos no existen en realidad… y sin embargo, seguimos sin ver aquello que no queremos ver, continuamos sacando conclusiones imposibles sobre cuestiones de toda índole y seguimos confundiendo el discurso con el objeto, las valoraciones con los valores (en el sentido amoral del término) y las construcciones con la realidad. Si es que existe tal cosa.
Esta foto es real
Todo ello forma parte de un sustrato biológico que condiciona nuestra forma de percibir, interpretar e interactuar con el mundo, con el «ahí afuera», a un nivel demasiado básico pero que sirve, si subimos un escalón en el marco del análisis, para entender las construcciones humanas más complejas y por sobre todo, sirve para prestarle atención a sus formas y a sus deficiencias estructurales e inherentes a su condición de ser-humanas. (¿Son humanas? ¿Son deficiencias? ¿Son sinónimos?).
Lejos del constructivismo postulado hasta ahora, en medio del neomarxismo/lacanianismo de Laclau y Žižek, nos encontramos con el concepto de los significantes flotantes y con una enorme «ausencia de significados en un imperio de significantes». Según los sociólogos, vivimos inmersos en un universo de significantes vacíos y de significados contingentes, o dicho de otro modo: nuestros discursos funcionan con palabras (significantes) dotadas de una flexibilidad tal que son capaces de soportar cualquier carga (significados). «Terrorismo», «Pueblo», «Verdad», «Sociedad», «Ecología», «Libertad», son algunos ejemplos de estos significantes flotantes, que aceptan por igual múltiples significados. Si bien Žižek continúa diciendo que «…cuál de los discursos logre ‘apropiarse’ [del significante] dependerá de la lucha por la hegemonía discursiva, cuyo resultado no está garantizado por ninguna necesidad subyacente…», ¿no es acaso éste el modelo constructivista de observación de las ideologías por excelencia? Dejemos de lado el componente neomarxista de la «lucha por la hegemonía discursiva», que no viene al caso aquí, simplemente porque (volviendo al constructivismo) no hace falta el «triunfo» de ningún significado: si los significados son contingentes, múltiples significados pueden coexistir dentro de un mismo significante sin problemas. O mejor dicho: con problemas. De hecho exactamente eso es lo que sucede: hay problemas. Y los hay desde que comenzamos a comunicarnos, hace mucho tiempo, cuando los monos comenzamos a nombrar las cosas y comenzamos a creer que el significado al que referíamos al utilizar un significante era uno, único, verdadero, universal y ajeno a nosotros mismos. Cómo si existiera tal cosa.
¿De qué hablamos? ¿Sabe usted a qué me refiero?
La única forma de mitigar esos problemas es entender que los significados que nos inventamos no son de ninguna forma ajenos a nosotros mismos sino que por el contrario, proceden del cerebro, un órgano demasiado preocupado por su propia salubridad – pero sin conexiones fiables con el «ahí afuera», un ente que nos construye y que además construye objetos en los que podamos apoyarnos. Así, los objetos son todos objetos construidos y por lo tanto: ideales, desde los árboles y las vacas hasta la literatura o el fascismo, indispensables para la comunicación del hombre con el mundo, pero cuyo grado de «veracidad» en el sentido de una correspondencia con una «realidad ontológica» no puede ser medida de ninguna forma, ya que como dice Heinz von Förster, «…si el conocimiento y el saber son descripciones que reflejan al mundo ‘tal cual es’, deberíamos tener un criterio para dicernir cuando nuestra descripción es ‘acertada’ o ‘verdadera’ y cuando no.» Lo cual es a todas luces imposible, ya que la elaboración de dicho criterio solo podría efectuarse «desde afuera» y los monos somos, por definición, nuestro propio «aquí adentro».
Si podemos aceptar todo esto sin tener que recurrir compulsivamente a la violencia (reconozco que la comprensión de estas cosas puede producir mucho miedo), habremos dado un gran paso en el largo, apasionante y hasta ahora terriblemente desaventurado camino hacia dejar de ser monos.
Publicado originalmente en la revista Y SIN EMBARGO.
(Véase versión online o impresa)
- Si te parece que estoy exagerando, la próxima vez que leas o escuches cualquier noticia sobre un tema que desconozcas puntualmente, pero sobre el que tengas formada una opinión, pregúntate cuantas conclusiones apresuradas sacaste al leerla o escucharla; y ¡oh, casualidad! … todas ellas encajan a la perfección con tu forma de ver el mundo, ¿verdad? [↩]
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