Por qué no creo en Dios

El siguiente texto es la introducción de un artículo disponible en formato PDF.

sobre la imposibilidad del dogmatismo científico y la epistemología religiosa

Contenido

1. Introducción.
2. Sistemas Sociales.
2.1. La comunicación religiosa.
2.2. La comunicación científica.
3. La «fe en la ciencia».
4. Los «argumentos racionales» a favor de la fe.
4.1. Filosofía: tres trampas.
4.2. (Pseudo-) Ciencia: el «creacionismo» y el «diseño inteligente».
4.3. Tautología: palabra de Dios
4.4. Imparcialidad: agnostisismo
4.5. Ética: el fundamento de la moral
4.6. Inteligencia: «Dios no juega a los dados»
5. Conclusión o por qué no creo en dios
6. Bibliografía y Fuentes

1. Introducción.

He caído, una vez más, en una trampa del lenguaje. Estríctamente hablando, el título de este artículo es incorrecto, ya que mi no-creencia no es tal: no creo en dios no porque me falte fe o porque haya elejido creer en otra cosa, en la ciencia, por ejemplo. O porque el no-creer sea comparable con el creer, como si un acto de fe fuera lo mismo que un acto de no-fe, como si existiera tal cosa como un «acto de no-fe». Más que «falta de fe», es un grado de certeza. Por eso, afirmar que no creo en dios es falaz: tengo la certeza casi absoluta1 de que dios no existe. Por otra parte, esta aclaración debería no ser necesaria; como todas las trampas del lenguaje, ésta también exige un interlocutor atento y leal: capaz de no caer en ella y noble para no dejar de entenderla como un resumen de lo expuesto más arriba. Capacidad y nobleza son cualidades (lamentablemente) no compartidas por todos los integrantes de este grupo2, he aquí el porqué de esta aclaración.

Además, la imposibilidad de tener fe es una caracteristica válida para cualquier postulado científico: no puede «creerse» en la teoría darwinista de la evolución, ni en la teoría de la Relatividad, ni en la fuerza de la gravedad, ni en el Principio de Incertidumbre; estas son teorías más o menos aceptadas, más o menos plausibles, más o menos útiles y que están en mayor o menor concordancia con el resto de las teorías cuyo conjunto denominamos «ciencia».

Ningún físico digno de respeto cree en el principio de incertidumbre de Heisenberg, ningún biólogo cree en la evolución darwiniana, ningún matemático cree en la conjetura de Poincaré. Por el contrario, la dinámica interna de la producción del saber científico impulsa a los científicos de todo el mundo a controlarse, exigirse y competir entre sí, con lo cual cada teoría es desmenuzada y analizada hasta el cansancio por diferentes personas, expertas en el área, cuyo principal interés es (además de, asumámoslo gratuitamente, la búsqueda de la verdad) encontrar algún error en la teoría del colega/competidor. No hace falta decirlo, pero dentro de un esquema como el aquí expusto, la fe sería lo más contraproducente que uno pueda imaginar; de hecho, lo primero que se hace con cualquier teoría científica, como acabo de esbozar, es asumir una posición escéptica ante ella, si se quiere «no-creer». Evidentemente, que muchos escépticos expertos (que no lo son porque el título les quede bonito, sino que se lo han ganado dedicado décadas a aprender el lenguaje de una disiplina científica y otros muchos años en profundizar el análisis sobre un problema específico), hayan tratado de invalidar una teoría sin conseguirlo y se pongan de acuerdo en la plausibilidad de la misma, no la convierte en verdad, pero convendrán conmigo que es uno de los mejores acercamientos posibles a ella. Así y todo, nunca nada es aceptado dogmáticamente: cuando la ciencia habla, siempre habla de mayores o menores grados de plausibilidad, que pueden fluctuar, invertirse o desaparecer, según los elementos de control internos (es decir: el autoexamen permanente) así lo indiquen.

Es interesante cómo ésta, siendo una de las características más interesantes de la ciencia y el principal elemento constituyente de verdad con el que cuenta, sea, a su vez, uno de sus aparentes puntos débiles: el neófito es, por un lado, incapaz de discernir entre un grado alto de plausibilidad y uno bajo, y se encuentra permanentemente enfrentado con mensajes encontrados, con contradicciones aparentes que le hacen, ahora sí, perder su fe en la ciencia. Por el otro, ignorante y ciego, confunde corrección con imprecisión, precisión con altanería, audacia con aceptación, en fin: temeridad con conservadurismo y al fin, ciencia con pseudociencia. Dije que este es un aparente punto débil porque, a la ciencia, esto le tiene sin cuidado: el neófito no forma parte de su sistema ni participa de su comunicación; socialmente, el neófito es parte del entorno de la ciencia3, así como lo es el ganador del Gran Hermano o del último premio nobel de Literatura.

Sin embargo, el ejemplo sirve para tratar de entender por qué en muchas discusiones sobre religión, tarde o temprano, mi interlocutor me recuerda que «mi fe en la ciencia» es comparable con su fé en dios, como si la ciencia y la religión o la decisión de no-creer y la fe fueran estructuralmente idénticas; o aclama que mi ignorancia sobre la existencia de dios es comparable a la suya, con la diferencia en en que él cree y yo no. Como traté de esbozar más arriba, es absolutamente imposible tener fé en la ciencia, así como es absolutamente imposible encontrar argumentos racionales para la fe4. Siendo la fé inherentemente irracional, por qué ese afán de algunos creyentes en querer encontrar argumentos racionales para su fe? Por qué no les basta la fe en sí misma, siendo que ésta, por definición, es autosuficiente y autoreferencial?

Sin pretender ser un ejemplo positivo de la la Ley de Godwin, el comportamiento de los creyentes que por un lado tratan de convencerme de que mi espíritu analítico y mi raciocinio son una especie de «fé en la ciencia» y por el otro, al mismo tiempo y sin que se les mueva un pelo ni se les tuerza el rostro de vergüenza, pretenden convencerme de que hay argumentos racionales en los que puede apoyarse su fe5, me hace acordar al de aquellos parlamentarios neonazis alemanes, quienes a principios del siglo XXI calificaron al último bombardeo aliado contra la ciudad alemana de Dresde (a todas luces atroz, brutal e inecesario, ya que la segunda guerra mundial había terminado cuando la destrucción de la ciudad fue ordenada) con el adjetivo de «Holocausto», comparándolo con algo que, según ellos mismos, jamás ocurrió, pero que sin embargo, también según ellos mismos, tendría que ocurrir, o de haber ocurrido… hubiera sido algo agradable. Se entiende la contradicción?

Así como la fé es contraproducente para la ciencia, la razón es contraproducente para la religión y para la fé en general. Nadie puede creer en dios razonando; la fé es un acto de voluntad que elimina a la razón automáticamente; ni en nuestro intelecto ni en nuestro espíritu hay lugar para ámbas a la vez. Con esto no quiero decir que todos los creyentes sean personas irracionales, pero en el momento de abrazar su fe, y aunque sea solo por ese instante, tienen que dejar a la razón de lado, pues la razón nos indica que no hay más motivos para creer en dios que para creer en cualquier otra cosa, incluyendo el Mounstro Spaghetti Volador, Superman y los Unicornios Azules Invisibles. La Existencia del Universo, el Amor, la Complejidad del ADN, el Fuego y las Mareas no son indicios racionales a favor de la existencia de dios, algunos de éstos fenómenos tienen causas conocidas y otros no, pero uno no puede afirmar cualquier cosa solo porque desconoce otra completamente distinta. Uno puede afirmar cualquier cosa diciendo que cree en ello (y eso es irracional, y así funciona la fe).

Es obvio que el adjetivo «irracional», en la sociedad contemporánea y occidental, tiene una fuerte carga negativa, e inconcientemente, todos quienes siguen aferrados a una fe irracional (lo lamento, pero es así y no se puede describir de otra manera) se dan cuenta de ello y se enfrentan a un conflicto imposible de dilucidar: o dejan la fe de lado o dejan la razón de lado. No pueden recionalizar la fe y quedarse con ámbas.

Cuánto más fácil, coherente y consecuente sería decir «Creo porque creo», afirmación que nosotros, los hombres racionales, no podríamos atacar desde ningún ángulo con «nuestros» racionales argumentos. Así, quedaríamos afuera de la discusión, ahora llevada a un plano netamente teológico y basada en argumentos de fe, pero ésta sería mucho más sincera, mucho más honesta, mucho más limpia, y estaría mucho más cerca de la verdad6 que ahora, dentro de esta asquerosa promiscuidad intelectual en la que caemos siempre.

El artículo completo se encuentra disponible aquí (formato PDF).

  1. El «casi» es simplemente un tecnisismo propio del lenguaje racional indicado para explicar el ateísmo: ya que todo lo imaginable es posible, la certeza de que, por ejemplo, la humanidad no exista dentro de una matriz informática y que cada uno de nosotros sea, en lugar de un idividuo biológico, un ente de información dentro de un superordenador cuántico que simula nuestro universo como parte de un experimento extraterrestre, es también «casi» absoluta. Por otra parte, esto no quiere decir que dicho tecnisismo deba o pueda ser tomado en serio; si todo lo imaginable es posible, nada es imposible, con lo cual esta discusión (y con ella, todas las demás) carecería de sentido. []
  2. Originalmente, este texto (salvo algunas modificaciones) fué publicado por mí en el Newsgroup es.charla.religion. Es probable que el servidor de Google aún conserve una copia de la discusión original. []
  3. Aunque pueda dejar de serlo y pasar a ser un experto: gracias a la evolución (y no gracias a dios), estamos en un momento de la historia de la humanidad en la que cualquier carpintero puede ir a cualquier biblioteca y aprender lo que le plazca. []
  4. No me refiero aquí a las posibles causas biológicas, sociales o psicológicas de la «fe», ni intentaré analizar dicho fenómento desde una metaperspectiva en cuanto a su grado de importancia para nuestra especie, si bien sería una cuestión por demás interesante. []
  5. Son muchos y muy graciosos los supuestos «argumentos» de los que se deduciría «racionalmente» la existencia de un Dios: la existencia del cosmos, su complejidad, el delicado equilibrio de las fuerzas físicas, la estructura del ADN, la función del ojo humano… o bien el fuego, los truenos, la energía eléctrica, el viento, las mareas y el dolor estomacal (dependiendo de la época y origen del interlocutor de turno) []
  6. «Verdad», entendida aquí como el elemento de la comunicación de un sistema social, en este caso la teología/religión. []

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