Respeto a las Religiones: ¿Por qué?

POR MICHAEL SCHMIDT-SALOMON 1

Una Iglesia y una Mesquita en Ramallah, Cisjordania | © Mohamad Torokman/Reuters

Es como un reflejo condicionado: en cuanto los fanáticos religiosos comienzan a protestar por algo, los políticos y periodostas se apresuran a exigir „Respeto por los Sentimientos Religiosos“. Así pasó hace seis años en el contexto del debate por las caricaturas de Mahoma, así está ocurriendo en este momento en medio de las protestas contra la película —clase Z— La inocencia de los musulmanes. En un primer momento, la idea parece razonable: ¿No sería bueno si todos nos tratáramos con respeto?

Si analizamos con más detenimiento dicha postura, que a primera vista pareciera tan cordial, descubrimos que se encuentra en las antípodas de la cultura del debate de la ilustración, sobre cuyas bases se funda el Estado de Derecho moderno. „¡Más respeto, por favor!“ es —en el peor de los sentidos—, un argumento irrefutable que literalmente ACABA con cualquier discusión.

Respeto (del Latín „respectus“: consideración, deferencia) describe una forma de atención y admiración ante otra persona, sus acciones y sus convicciones. Sin duda alguna, para nuestros ilustrados contemporáneos sobra decir que debemos respetar a las personas por el hecho de ser personas; pero ¿Esto es así también para cualquier convicción que las personas puedan tener? Por supuesto que no.

Por ejemplo: ¿puede, desde una perspectiva moderna, respetarse una ideología que todavía —¡en pleno siglo XXI!— incita a la violencia contra homosexuales o mujeres adúlteras? No; Por lo general, detrás de ese „respeto“ se esconden la ignorancia y la cobardía, disfrazadas de tolerancia.

¿Respeto con los irrespetuosos?

Lo absurdo del debate actual se pone de manifiesto en el hecho de que se exige respeto para quienes han dado sobradas muestras de carecer de todo respeto para con quienes piensan diferente a ellos. Esta carencia no sorprende a quienes conocemos sus textos sagrados: según el Corán, a los infieles no solo les espera el „fuego eterno“: en la Gehena (infierno) „se les darán a beber una mezcla de pus y sangre“ (Sura 14,16 y 78,25) y „se les darán a beber agua muy caliente…“ (Sura 6,70) que „…les roerán las entrañas…“ (Sura 57,15), „…y la piel“, y „se emplearan en ellos focinos de hierro (Sura 22,20-21), y deberán vestir „trajes de fuego“ (Sura 22,19), entre muchos otros tormentos. Una y otra vez, el Corán nos recuerda cuánto odia Allah a „los infieles“; para él, ellos son „los seres peores“ (Sura 8,55), contra quienes el verdadero musulmán tiene el deber sagrado de descargar la ira divina (Sura 8,15-16). Como puede observarse, esta cosmovisión no puede ser el fundamento de una convivencia respetuosa con quienes piensen diferente.

Los „enemigos de Dios“ tampoco encuentran en la Biblia compasión o respeto. Pues está escrito: „Destruye entonces a todos esos pueblos que el Señor, tu Dios, pone en tus manos. No les tengas compasión ni sirvas a sus dioses, porque eso sería para ti una trampa“ (Deuteronomio 7,16). También el Nuevo Testamento describe el castigo a „los malos“ con palabras altisonantes; así, por ejemplo, en el evangelio de San Mateo describe cómo el Hijo del hombre „enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes“ (Mt. 13,41-42). Quienes creen en el dios equivocado y los no creyentes no corren mejor suerte con Pablo: aquellos que se niegan a reconocer al Señor (cristiano), están —siempre según el apóstol— „llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, insensibles, despiadados. [Son] dignos de muerte…“ (Rm 1,28-31).

Si se tiene en cuenta con qué vehemencia son difamados „los infieles“ en los textos sagrados de las religiones, cualquier tipo de sátira religiosa que haya podido publicarse en el pasado resulta ser poco menos que una bromilla inocente. Si lo analizamos fríamente, los no-creyentes tienen motivos de peso para sentirse profundamente ofendidos; pero evidentemente la sensibilidad del no-creyente es menos propensa a verse herida que los „sentimientos religiosos“. ¿Debería entonces tenerse especial cuidado ante la frágil sensibilidad del creyente? De ningún modo: eso solo empeoraría los síntomas de su enfermedad.

Es como con las fobias: una persona que sufre de aracnofobia, por ejemplo, creyendo que morirá con tan solo ver una araña, solo puede superar su problema al verse confrontado una y otra vez con el disparador de sus miedos. De manera similar deberíamos posicionarnos ante la fobia a la crítica de los religiosos más intransigentes, a quienes solo podremos ayudar con una desensibilización sistemática, colmándolos con tanta crítica y sátira como nos sea posible, hasta que por fin comprendan la locura demencial que implica volarse por los aires por culpa de un dibujito o —aún peor—, volar por los aires a otras personas por culpa de un dibujito.

Inversión del principio «Víctima/Victimario»

La ideología del „falso respeto“ es, en mi opinión, dañina en numerosos aspectos. Primero, porque acentúa la fobia a la crítica, al evitar todo tipo de estímulo aversivoSegundo, porque alienta a los fanáticos a protestar cada vez con más fuerza para eliminar por completo cualquier tipo de voz adversa. Tercero, por construír un „blindaje“ en torno a una forma específica de tontería ideológica, negándole el regalo de la crítica. Cuarto, porque constituye —paradójicamente— una falta de respeto hacia los creyentes, poniéndolos en el lugar de niños pequeños, incapaces de lidiar con ciertas cosas. Quinto, por conducir a una sobrevaloración de los intereses de aqullas personas que, en sus razonamientos y en sus obras, todavía no entraron en el siglo XXI. Sexto, porque induce a la política a invertir el principio víctima/victimario, al hacer acreedor de la culpa de la alteración del orden social al artista, en lugar de culpar a los fanáticos que no saben reaccionar adecuadamente ante la crítica. Séptimo, por socavar los principios de la Libertad de Espresión, la Libertad de Prensa y la Libertad Artística. Y octavo, porque traiciona los principios de la cultura del debate de la ilustración, marco dentro del cual las visiones tradicionalistas pueden ser sometidas a discusión sin temor a represalias.

¡Cuidado con la ideología del falso respeto! No quiero ni pensar en dónde estaríamos hoy si los pensadores de antaño hubiesen mostrado „respeto“ por la sensibilidad religiosa. Probablemente, en Europa seguirían ardiendo las hogueras…

  1. Esta es una columna del filósofo alemán Michael Schmidt-Salomon aparecida en el periodico Die Zeit en Septiembre de 2012, con motivo de la publicación en YouTube de la película „La inocencia de los musulmanes“, que reabrió el debate sobre hasta qué punto puede criticarse a la religión en general y al Islam en particular. La traducción es mía.[]

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