Los dinosaurios de la sociedad de la información

Hay algo que no deja de llamarme la atención con respecto al gran y reciente interés mediático sobre Wikileaks y Julian Assange. En primer lugar es curioso que se le haya dado tanta importancia a una filtración que después de todo no deja de ser anecdótica: nada de lo que revelaron los cables publicados por el sitio, por lo menos hasta ahora, es de la gravedad… o mejor dicho: del grado de clasificación, con el que se los presentó. 1

Sin embargo, entre mediados de noviembre y fines de diciembre del año que pasó, no hubo en los mass-media tradicionales otro tema de discusión que las filtraciones, y no lo hubo a nivel mundial: desde Usuahia a Toronto, desde Johannesburgo a Estocolmo, desde New Plymouth a Tokio, todos los dias tuvimos que sufrir una nueva mesa redonda, un nuevo talk-show, una nueva columna de opinión o un nuevo análisis de alguna figura, o figurita, o de algún experto en todología, que no se cansaban de agregar su particular visión de cómo se desempeña Wikileaks, «para qué sirve», «quién la maneja», y cuales son los «intereses» que hay «detrás de las publicaciones».

En este contexto, hay dos cosas que me causaron una gran pesadumbre y una gran decepción. La pesadumbre vino por el lado de reconocer (¡otra vez!) la infinita precariedad con la que se elaboran las «noticias» y la falta de conocimiento de una enorme porción del periodismo (que supuestamente debería nutrirse de wikileaks desde hace años y debería poseer un know-how inmenso en el tema… cosa que lamentablemente no es así). Por otra parte, la decepción surgió a raíz de escuchar voces respetables diciendo cualquier tontería al respecto, compulsiva e irreflexivamente. Voces de quienes no exigiría poseer conocimiento específico, pero sí un grado mínimo de racionalidad que brilló por su ausencia en la gran mayoría de los casos.

La Pesadumbre

Como para muestra basta un botón, voy a mencionar aquí a un programa de la televisión argentina, «Sala de situación», que responde a un esquema ya clásico de lo que podría denominarse el «Talk-Show Periodístico-Investigativo», en donde al principio se muestra una «documentación» de entre cinco y diez minutos de duración y a cuyo término, uno o dos conductores dirigen la discusión de los panelistas «expertos» en el tema en cuestión. En el caso que nos ocupa, los periodistas son Fabian Doman y Eduardo Feinmann, y los «expertos» invitados del dia: Ariel Garbarz («Experto en Seguridad Informática»), Jorge Castro («Analista Internacional») y Diego Guelar («Ex embajador en los EE.UU.»).

Creo que durante los cuarenta minutos que dura el programa, niguno de los cinco dijo nada coherente; ni desde el análisis político ni desde el social escuchamos algo más sustancial que meras opiniones formadas desde la subjetividad de cada uno y sin el más mínimo conocimiento real de lo que es Wikileaks o cómo funciona. 2

En un momento genial (porque denota una vergonzoza y supina ignorancia), Eduardo Feinmann dice:

– No sé cuántos cables se hayan conocido… digo, a nivel global, de todos los países involucrados en esta filtración. Son pocos en relación a doscientos cincuenta mil. Y la segunda pregunta es, primero: ¿donde están? Porque supuestamente se han dado a cinco diarios… pero se ha dado a conocer el 2%… y: ¿solo hay 250.000 cables?

[…]

– Es notable como la conversación derivaba hacia el final del bloque [anterior] y ahora en la pausa… hacia lo que no sabemos… y suponemos… ¿no? O sea, ¿y todo lo que no está? ¿O todo lo que está y no vemos? Por ejemplo: los diarios (estábamos discutiéndolo recién) los diarios ¿tienen todo el material y decidieron publicar esto sí y esto no? ¿O tienen acceso a WikiLeaks mejor que nosotros? Porque hasta ahora, lo que el diario El País (por ejemplo, que es el que lleva «el caso argentino») ha venido publicando… está en la página de WikiLeaks. No hay nada que El País ha publicado que no esté en la página de wikileaks…

En ese momento, Garbarz (el único de la rueda con un poco de conocimiento -al menos técnico- del asunto) se da cuenta de la estupidez que está diciendo el periodista e intenta un apurado rescate:

– Ellos son usuarios de WikiLeaks como cualquier internauta puede serlo…

…a lo que Feinmann hace oidos sordos:

– …de hecho, quiero aclarar, infobae.com, ayer a la mañana tenía más información de la que aún hoy tiene el diario El País… En infobae.com en este momento se puede entrar y ver todo el material completo que ha publicado «wikileaks argentina», cosa que el diario El País no… Entonces me pregunto ¿El diario El País tiene TODO lo de argentina? Por ejemplo… no sabemos…

Dejo aquí el progrma completo, pero realmente desaconsejo verlo. (Da un poquito de náuseas)

La pesadumbre no es divertida, pero se soporta con humor. Después de todo, aquí estamos hablando, en el fondo, de las trivialidades del mundo del espectáculo y de la televisión – y hace muchos años que deberíamos haber aprendido a no esperar de la televisión nada más que televisión. Esas son las reglas y aunque no nos gusten, las aceptamos.

Pero para soportar la decepción hace falta algo más que humor. Hace falta estoicismo.

La Decepción

Puedo entender y respetar que los demás tengan opiniones diferentes a las mías. Si hay gente que cree que para el correcto funcionamiento de la democracia los gobiernos deber poder tener «sercretos» y que hay un cierto tipo de información que requiere confidencialidad; bien, podemos discutir si realmente es así o si existen alternativas y cual es el peligro real que acarrean. Esa es la posición de mucha gente bien formada, entre ellos por ejemplo Mario Vargas-Llosa y Fernando Savater, con quienes discrepo en ésta y en muchas otras cosas, pero que siempre creí centrados y reflexivos a la hora de elaborar un argumento.

El problema no radica en su posición, sino en cómo la argumentan y el análisis que hacen de lo que ellos entienden que es la sociedad de la información y fenómenos como Wikileaks. Lamentablemente, su comprensión de estos fenómenos es tan amplia como la de cualquier Eduardo Feinmann, haciendo supuestos que responden a un automatismo digno de Rupert Murdoch, pero no al análisis de un intelectual preparado para reflexionar sobre las cosas.

En resumen 3, los dos afirman que Wikileaks es una especie de perversión tecnológica surgida para satisfacer el deseo de una sociedad imbécil y caprichosa, en donde la idea de la libertad de expresión ha devenido en la infantil exigencia del «derecho de todos a saberlo todo: que no haya secretos y reservas que puedan contrariar la curiosidad de alguien… caiga quien caiga y perdamos en el camino lo que perdamos». Y todo por la revelación de unos «secretos de pacotilla», irrelevantes desde todo punto de vista menos aquel que le hace perder la cara a los Estados, poniendo a la diplomacia en apuros y a las relaciones internacionales en peligro, solo por el capricho de una «Oprah de la información» (en referencia a Assange).

Cómo dije más arriba, no me molesta que se opine que los estados y la política «deben poder guardar secretos». Es una opinión, válida y discutible. Pero hacer incapié en la intrascendencia de estos cables filtrados (que nadie niega) o en la chabacanería de la parte imbécil de la sociedad (que no viene al caso) es desconocer el potencial democrático y democratizador de la sociedad de la información en general y de herramientas como wikileaks en particular. Es evidente que Feinmann, Vargas-Llosa, Savater y muchos otros desconocen ese potencial, desconocen la historia y el propósito de sitios como Wikileaks y desconocen el valor de la transparencia y el valor de la información como contralor de poder en las democracias modernas.

Antes del «Cablegate» Wikileaks publicó filtraciones mucho más importantes, mucho más desgarradoras, mucho más trascendentes y mucho más necesarias. Por ejemplo: el caso de corrupción en Kenia, informes sobre la prisión norteamericana en Guantánamo, el informe Minton sobre desechos tóxicos en Costa de Marfil, el video que muestra la masacre de una docena de civiles iraquíes perpretada por error desde un Apache norteamericano («Collateral Murder Video«) y los diarios de la guerra de Iraq («Iraq War Logs«), por solo nombrar unos pocos casos que pasaron en su mayor parte inadvertidos, por lo menos en comparación a lo que fue el «Cablegate«.

En mi opinión personal, el sector más reaccionario de la administración nortamericana, todavía con el mal gusto en la boca por el Collateral Murder Video y los War Logs de Iraq y Afganistán, aprovechando justamente la intrascendencia real de la información difundida en el cablegate, comenzó a inflar el asunto deliberadamente. Y no, no tengo tendencias paranoicas ni creo en la Gran Conspiración, pero a partir de ahí la presión se crea sola: sobre los medios, sobre la justicia sueca, sobre Visa, Mastercard y Amazon, sobre nic.org, etc. etc. etc.

Así se pudo dañar la capacidad operativa de Wikileaks sin riesgo de que un Savater o un Vargas-Llosa comenzaran a pensar en (ni se enteren de) las filtraciones trascendentes y, por el contrario, se dediquen a hacer comparaciones tediosas de Assange 4 con personajes de pacotilla del mundo (ahora sí: imbécil) de la televisión. ¡Menudo éxito el de dicha estrategia!

Para quienes no lo recuerdan, dejo aquí diesisiete minutos de material audiovisual que son de conocimiento público gracias a Wikileaks, desde mucho tiempo antes que existiera el Cablegate. A ti (que al haber llegado hasta aquí, estadísticamente, deberías -supuestamente- pertenecer al sector imbecilizado de la sociedad, adolescente apologista del «todo-gratis» y «nerd internauta sin vida real»), la próxima vez que alguien te pregunte por el cablegate o por Assange, muestrale esto:

  1. Los cables simplemente reflejan la opinión de diplomáticos norteamericanos sobre la situación en los países en donde se desempeñan, los informes que le elevan al poder ejecutivo, si se quiere, pero en el fondo no dejan de ser nada más que chusmerío barato. Perdón: chusmerío caro. Pero de ningún modo «sorprendente», «revelador» o «indignante», con muy pocas excepciones, casi nulas en vista del volumen de la información publicada y por publicar[]
  2. En un momento, Garbarz pretendió hacer una digresión técnica y explicar con una metáfora el funcionamiento de la SIPRNet, y casi lo logra, pero al intentar sacar una conclusión política lo echó todo a perder[]
  3. Las opiniones del escritor y del filósofo pueden leerse en esta nota de Savater y en éste artículo de Vargas-Llosa[]
  4. otro figurín mediatico pero de poca importancia en el marco del movimiento social que representa wikileaks, aunque los Murdoch y los Feinmann de este mundo crean erróneamente lo contrario y hablen, por ejemplo, de «la página de Assange» al referirse a wikileaks[]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *